martes, 20 de marzo de 2012

Impresión

Tengo la impresión
de no impresionarme.
Un hecho casual,
indeterminado,
carente de prójimos
y de vanguardias aparentes.
La cuestión es
que tengo la impresión
de haberme impresionado -solo-
cuando el vapor de lluvia
transformó su vaho en arcoiris.

sábado, 27 de agosto de 2011

Sueño

Quem contar um sonho que sonhou

Pedro Ayres Magalhães

Anoche soñé

Que soñaba contigo.

Un sueño tranquilo,

Casi húmedo

Y –confirmado- real.

Tenías dos alas

En el pecho como un extraño ser

Que entretejía una tela

Nacarada, pero transparente.

Tenías en los ojos

Un antifaz hecho de hielo

Que se aguaba conforme

El sol de la mañana

Entraba por la ventana.

Había también dos lunas

En el pequeño balcón de la sala.

Uno era grande, azul,

Diríase que era una gran esfera ardiente.

El otro, pequeño, frágil

Y de apariencia casi imperceptible.

En medio de este raro sueño

Aparecieron –como de pronto-

Tus labios buscando desesperadamente

Los míos. Y desperté.

Sé que no resulta sencillo

Entender los sueños soñados,

Pero menos entendible

Es concebir mi cama

Sin el tibio aroma de tus brazos

Abrazándome como pidiendo

Un solo segundo de sueño más…

Definitivamente

Si pudieras creerme, amor,

Que en los tiempos que corren

Lo más difícil es esperar la escarcha

De la madrugada en el mismo lecho,

Si supieras que lo complicado

De las relaciones

Son las palabras que –heridas-

Son volcadas al viento

De manera inevitable por las parejas.

Si tan solo te dieras cuenta

Que, contrariamente a esto,

Lo más sencillo es acompañar

Tus sueños de mis caricias

Y dejar fundir el hielo de las desdicha

Con un verso apropiado

Y apropiarme –sin tu permiso-

De ese aroma a vida

Que exhalas cuando la vida

Vuelve a asomar un nuevo día:

Es decir, en el ocaso de tus párpados

o –para mí- en el naciente de mis dedos

bajo tu corta falda.

Definitivamente, amor,

Me quedo con ese instante húmedo y cálido.

lunes, 2 de mayo de 2011

Tus ojos

Tus ojos

Son dos soledades

Que se unen a los míos.

Recurro a mirarlos

Cuando la luna acontece.

Su brillo ilumina mi camino.

Ambas

-tu soledad, la mía-

Transitan por tus ojos

Como caracoles en la noche:

Con sus babas abarrotan

Paisajes fríos, grises comedias

De sueños aún no sentidos.

Por tus ojos discurren historias.

En tus ojos descubro lo que la luz oculta:

Una inestable –pero serena-

Vía de olvido a la que no quiero aferrarme.

Colores














Estoy buscando

Un beso que te nombre.

Uno amarillo que te recuerde

Al sol que asoma en tu ventana.

Quizá mejor uno azul

Que te recuerde al mar que vimos juntos.

A lo mejor un beso verde

Como el florido jardín que tienes en tus ojos.

Ando recordando colores

Con los que besarte.

Sólo me faltan tus labios.

martes, 9 de noviembre de 2010

En el centenario de José Lezama Lima (La habana, 1910 - 1976)

Los fragmentos de la noche

Cómo aislar los fragmentos de la noche

para apretar algo con las manos,

como la liebre penetra en su oscuridad

separando dos estrellas

apoyadas en el brillo de la yerba húmeda.

La noche respira en una intocable humedad,

no en el centro de la esfera que vuela,

y todo lo va uniendo, esquinas o fragmentos,

hasta formar el irrompible tejido de la noche,

sutil y completo como los dedos unidos

que apenas dejan pasar el agua,

como un cestillo mágico

que nada vacío dentro del río.

Yo quería separar mis manos de la noche,

pero se oía una gran sonoridad que no se oía,

como si todo mi cuerpo cayera sobre una serafina

silenciosa en la esquina del templo.

La noche era un reloj no para el tiempo

sino para la luz,

era un pulpo que era una piedra,

era una tela como una pizarra llena de ojos.

Yo quería rescatar la noche

aislando sus fragmentos,

que nada sabían de un cuerpo,

de una tuba de órgano

sino la sustancia que vuela

desconociendo los pestañeos de la luz.

Quería rescatar la respiración

y se alzaba en su soledad y esplendor,

hasta formar el neuma universal

anterior a la aparición del hombre.

La suma respirante

que forma los grandes continentes

de la aurora que sonríe

con zancos infantiles.

Yo quería rescatar los fragmentos de la noche

y formaba una sustancia universal,

comencé entonces a sumergir

los dedos y los ojos en la noche,

le soltaba todas las amarras a la barcaza.

Era un combate sin término,

entre lo que yo le quería quitar a la noche

y lo que la noche me regalaba.

El sueño, con contornos de diamante,

detenía a la liebre

con orejas de trébol.

Momentáneamente tuve que abandonar la casa

para darle paso a la noche.

Qué brusquedad rompió esa continuidad,

entre la noche trazando el techo,

sosteniéndolo como entre dos nubes

que flotaban en la oscuridad sumergida.

En el comienzo que no anota los nombres,

la llegada de lo diferenciado con campanillas

de acero, con ojos

para la profundidad de las aguas

donde la noche reposaba.

Como en un incendio,

yo quería sacar los recuerdos de la noche,

el tintineo hacia dentro del golpe mate,

como cuando con la palma de la mano

golpeamos la masa de pan.

El sueño volvió a detener a la liebre

que arañaba mis brazos

con palillos de aguarrás.

Riéndose, repartía por mi rostro grandes cicatrices.

domingo, 31 de octubre de 2010

Me dijiste...

Me dijiste: quédate,
Y todo el mundo
-así lo creo- paró.
El cielo cayó
A tus pies como el mar
(profundo, silencioso)
Golpea a las rocas
Con la furia del vencido.
Las hojas de los árboles
Volaron al ver tu paso
(mustio, marchito)
Aferrarse a la vida
-otra vida, no sé cual-
Pero que creo que es la mía.
Las palabras
Quedaron distantes de tu boca.
Repetías sin cesar mi nombre
(Pablo, Pablo)
Y mis ojos anticipaban
Su respuesta soñando el tuyo,
Margarita, te dije.
De repente, se hizo el silencio.
Amaneció de nuevo.
Una luz infinita apareció.
Brotó del mar una concha.
En ella se abrió una perla
(nacarada, inverosímil)
A la que decidí nombrar.
Morael, la llamé.
Tenía en sus formas las tuyas,
Serenas curvas,
Ojos terrosos,
Reflejos de coral en su simiente.
De repente, desperté.
Me dijiste: quédate,
Y todo el mundo
-así lo creo- paró.